El mar sonaba tranquilo, las olas poco a poco llegaban un tanto mas cerca de sus pies, mientras, en su mente los recuerdos también avanzaban, y le hacían recordar cada momento de lo que había vivido. Sus tardes en familia, las veces en que ambos disfrutaron del paisaje, mientras planificaban sus vidas y se soñaban juntos, con hijos y un maravilloso hogar. De ves en cuando el sonido de alguna gaviota la distraía, la llevaba de vuelta a la tierra, pero bastaba solo un suspiro para caer nuevamente en el torrente de recuerdos. En su interior, las sensaciones daban vueltas en un juego eterno, y a cada momento que pasaba, la rabia, el dolor infinito, la angustia y el vacío se apoderaban de todo lo que antes, hasta hace sólo algunos momentos había sido ocupado por el más puro de los amores.
Recordaba el día de su casamiento, la larga cola de su vestido y las risas de sus pequeñas sobrinas que iban de un lado a otro con sus abultados vestidos, indiferentes al mundo, pero envueltas en su juego. Recordaba las miradas de todos quienes ahí se encontraban; el llanto de su madre y el orgullo evidente de su padre. Por segundos volvía a experimentar la emoción y el nerviosismo que aquel día de ella se habían apoderado. Por segundos, hasta recordaba como tuvo que hacer una mueca al mirar hacia las majestuosas puertas del templo, que parecían las del cielo al dejar pasar la luz blanca, casi pura, del día que afuera aguardaba su salida.
Recordaba la noche de bodas, y recreaba las sensaciones de aquellos interminables momentos en los que él le hizo el amor hasta el amanecer. Las lágrimas comenzaron a salir, sin respetar las ganas que tenía de mantenerse firme. La luna se volvía acuosa a su vista, y las estrellas ya no eran perceptibles como recién. El agua ya tocaba sus pies, le acariciaba los tobillos una y otra vez, incansablemente, como queriendo recordarle que se encontraba en el borde, en el límite entre el cielo, la tierra y el mar; y que estaba ahí por un propósito, por un motivo, una razón. El olor de la brisa la trajo de vuelta un vez más, sacándola de su estado casi inconciente, golpeándola fuertemente con la realidad.
Las lágrimas se fueron, ya no estaban ahí, habían caído para siempre, dejando tras de sí la huella del dolor que ella sentía. Poco a poco dio el primer paso, respirado hondo, concentrada como un artista de circo en su prueba máxima. Lentamente apareció la punta de su pie, luego desaparecía esta para dar paso al otro, y así sucesivamente hasta que el agua ya le llegaba hasta las rodillas mojando el borde de su vestido, e incluso en algunas oportunidades, con ayuda del viento, lanzaba algunas frescas chispas de espuma sobre su cara. Se detuvo, y repasó nuevamente la escena: su amado esposo desnudo en la cama que ambos habían elegido, gimiendo suavemente, al igual que en la noche de bodas, y con cada mano sosteniendo la cintura de otro cuerpo, alguien ajeno, que no tenía por que estar ahí, menos en las condiciones que estaba. Los vio por minutos, prisioneros del placer, frotando sus pieles mientras el se apoderaba de sus pechos marcándolos tiernamente con besos.
Por momentos se negó a creer lo que estaba viendo, cerraba los ojos y los abría una y otra vez, esperando abrirlos y encontrar la cama hecha, estirada tal y como ella la había dejado en la mañana, sin embargo los dos amantes seguían ahí. El cuerpo de la mujer amante se movía en oscilaciones breves, suaves y elegantes, como una serpiente hipnotizada con la suave melodía de su amo. Los alientos de ambos se unían en cada beso, y los movimientos se acentuaban cada vez más, en busca de llegar a un punto culmine, extremo y de entrega total.
Lo que ella veía era horrible, sin embargo más inaguantable se volvió cuando la dirección de su vista cambió hacia el espejo que había a un costado de la cabecera de la cama. Aquella cara, el rostro de la mujer que le había destrozado la vida, el corazón y el orgullo, se transformó rápidamente en una figura conocida, familiar. De pronto, al reconocer de quién se trataba, el impulso de un grito le subió por la garganta, con una fuerza tal que tuvo que llevarse las manos a la boca para evitar ser delatada. Su hermana se encontraba viviendo el rol protagónico de aquella historia, su compañera en todos los juegos infantiles, era quien ahora gozaba y se movía groseramente en busca del mayor placer.
Ya no podía ver más; había constatado que era real, que su amado era ahora amante, que las caricias y besos no eran exclusivos, que su poder seductor de mujer se había visto superado por los encantos de otro cuerpo. Lentamente y sin dejar de mirar se alejó de la puerta, dando pasos hacia atrás, negando con la cabeza lo que veía, y con la garganta a punto de explotar a causa del nudo que tenía dentro. Sin darse cuenta golpeó el jarrón de cristal que adornaba el pasillo, aquel jarrón que con tanto amor fingido su propia hermana le había regalado. Esa fue la señal para huir. Salió corriendo escaleras abajo, casi sin poder sobrellevar la velocidad que alcanzaban sus pies. Las lágrimas estorbaban en su frenética búsqueda de la salida. Tomó las llaves del auto y sin vacilaciones echó a andar.
El agua ya le tocaba los muslos, la acariciaba mientras con la corriente la invitaba a entrar cada vez un poco más. Estaba más tranquila. Ya la luna había recuperado su forma normal y el canto de la espuma había tranquilizado los latidos de su corazón. Ahora veía todo de otra forma, casi en un estado de inconciencia; ahora su mente la llevaba a otros lugares, a otros recuerdos, pero con la determinación a flor de piel. Seguía caminando cuando las luces de un vehículo la iluminaron desde atrás. Seguía avanzando cuando oyó las voz de su esposo gritando una y otra vez su nombre, con la vaga esperanza de poder detenerla en su caminar. El agua le llegaba al pecho, y ahora ya no eran chispas sino una carga grande de espuma la que le llenaba los ojos y la boca. Aún así, dio la vuelta y vio la figura de los dos amantes, enterrados por su arrepentimiento, destruidos por el dolor y por la culpa de la traición.
El último paso la liberó; su cuerpo se despegó del suelo y tiernamente se dejó llevar por la fuerza de aquel mar posesivo que ahora era su dueño. Sintió como el agua entraba por su nariz, cómo se apoderaba de su garganta y como, poco a poco acababa con la luz de su vida.
El mar bondadoso la había ayudado a hacer su retirada del juego. El mismo mar se convirtió en castigo para la hermana traidora que primero entró con el fin de rescatar a la víctima de todo el cruento juego; y luego terminó por acompañarla a donde fuese que su alma se hubiese ido. Mientras la muerte se llevaba a las dos hermanas, el amante observaba todo, sin atinar a hacer más que llorar. Mientras el mar acariciaba ahora sus tobillos, la luna se hizo acuosa a su vista, las estrellas desaparecieron, y lentamente comenzó entre sollozos, a recordar las tardes familiares, la luna de miel, y los proyectos que tenían.
Wednesday, September 27, 2006
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2 comments:
Intenso todo...
las cosas a veces se vuelven casi como de una novela...
y los recuerdos pegan fuerte
cuando lo que se vive no se vive de una forma buena
saludos
De todo lo que he leido en tu blog esta fue lejos la que mas me gusto...tienes talento cabrito y ahora hay que seguir perfeccionando no mas. Eso si parece que los finales felices no van, bueno eso tampoco existe en la realidad asi que esta bien supongo...
saludos besos y abrazos
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