La había visto de reojo cuando estaban haciendo el cambio de andén. Era alta, de largos cabellos y rubia natural, su mirada tenía un dejo despectivo pero a la vez de mujer dulce, tierna y protectora con los suyos. No sobrepasaba los 25 años, si bien la ropa que llevaba era formal, de esas que se ven sólo en las más elegantes oficinas de Santiago. Las curvas del cuerpo eran sensualmente resaltadas por lo ajustado tanto de la chaqueta como la falda que llevaba, y todo el espectáculo que representaba, se veía femeninamente decorado por unos labios de color rosa, que llamaban a besar.
Cuando entraron en el tren final, él se preocupó de quedar en una buena ubicación, es decir, relativamente cerca de ella, y en una posición tal que le permitiera contemplar su belleza sin ser demasiado evidente. La miraba por completo, de pies a cabeza, como si fuera su presa y el fuera el animal de caza; de pronto se sintió como uno de esos animales que muestran en los documentales, acechando, sigiloso y escondido entre la hierba. La escena le hizo sonreír, y mientras eso sucedía ella lo miró, y tímidamente también sonrió. Súbitamente un escalofrío recorrió su cuerpo; aquella belleza, esa mujer ahí en pie le había dedicado una sonrisa, sólo para él; no era para algún otro hombre de los que ahí estaban con sus caras de vacuno aburrido, sino para el, que la adoraba; que de cierta forma ya sentía una rara especie de amor. El sueño lo tenía entre los brazos, pero aún así intentó poner su mejor cara de conquistador. Cuando se dio cuenta de que ella comenzaba a avanzar hacia él, un temblor recorrió sus rodillas, y un nudo en la garganta se hizo presente con tal fuerza que llegó a estremecer su estómago. Sin vacilación alguna, ella siguió acercándose, dejó en el suelo del tren la diminuta cartera que llevaba y le puso ambas manos en el cuello; al mismo tiempo que con cara de pasión descontrolada le pidió un beso, y mil más de aquellos en todo el cuerpo.
Parecía no ser posible; ¡era increíble lo que estaba pasando!, sin embargo la tibieza del aliento de ella invadió su propia boca; las manos le tocaban parte de la nuca y el cuello, y el, un tanto vacilante, posó las manos en su cintura, delgada y firme, exactamente como él creyó en un principio que era. Pronto los besos y las caricias tomaron un acento más exagerado, ella comenzó a besar su mentón, sus mejillas, su oreja; y él sólo se limitaba a sentir cada uno de los besos que ella le daba, mientras en su cabeza subía y bajaba al cielo de pura felicidad. Esa mañana había encontrado al amor de su vida, con ella quería tener una familia, con ella quería hacer el amor cada mañana y cada noche después de la jornada de trabajo. Era ella quien lo recibiría en casa, quien iría con él a casa de sus padres y disfrutaría de eternos domingos familiares. Era ella la que sería su compañía en la vejez, cuando ya no criara a sus hijos, sino que malcriara a sus nietos. Se vio corriendo por la playa, con ella de la mano, las ropas mojadas y la suave espuma acariciando sus pies; así como en los comerciales de margarina que detestaba por lo excesivo de la felicidad que se mostraba. Los besos seguían, y el calor de sus cuerpos se transformaba en una obligada danza entre ambas caderas, que disimuladamente subían y bajaban, como en un baile de cortejo (otra vez se visualizó como en un documental, esta vez danzando para ella). Los ojos incrédulos de quienes les rodeaban se volvían cada vez más grandes, y hasta el último pasajero del vagón miraba con una mezcla de asombro y celos el amor fortuito que acababa de nacer.
De pronto, ella se detuvo, lo miró fijo a los ojos, le dio uno o dos besos más y se volvió a alejar. Antes de que él alcanzara a preguntar que sucedía, se dio cuenta de que ella buscaba afanosamente algo en su cartera, como con urgencia movía las cosas que tenía adentro de aquí para allá y viceversa, hasta que por fin puso cara de “bingo!” y metió casi la mitad del brazo; cosa que resultaba sorprendente para una cartera tan pequeña como la que llevaba. Justo en el momento en que él se disponía a preguntarle qué era lo que sucedía, ella comenzó a sacar de su cartera un palo, un fierro o algo así, y de a poco la expresión de la cara pasó de ser dulce, apasionada e incontrolable, a una expresión fría, distante y amenazadora. Cuando hubo sacado todo el fierro (de unos 60 cm. de largo) lo miró directo a los ojos, le tiró un último beso con un gesto de la mano y, después de tomar cierto impulso le dio de lleno en la frente a su ex amado.
El dolor era intenso, demasiado para su gusto, y de a poco se comenzó a preguntar qué era lo que pasaba con la que hasta hace dos minutos iba a ser seguramente su esposa (ahora lo dudaba francamente). Era tal el grado de aturdimiento que sentía, que no tuvo otra opción que olvidarse por un momento de la belleza rubia, y pensar en el dolor, y en la prueba que tenía…la prueba…LA PRUEBA!!! Abrió los ojos denuevo y vio que la rubia seguía parada donde estaba cuando entraron al tren en un principio; sí se reía al verlo a él, pero no por un amor fugaz ni por simpatía, sino por que desde afuera, lo que se había visto era a un pobre tipo que le sonrió y de a poco cerró los ojos, al parecer de un sueño incontenible, puesto que sólo unos segundos después casi se desploma y como consecuencia de eso se dio un cabezazo histórico contra el fierro de apoyo para los pasajeros. Pero que idiota el pobre tipo!!!- pensó ella- ¡pero que idiota!, soy un pobre tipo!!-pensó él.
Mientras ella se bajaba siguió riendo; mientras el bajaba comenzó a tomarlo con humor, aunque no dejo de lado la sensación de que en algún momento, quizás ella lo besó.
Wednesday, September 06, 2006
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4 comments:
porsiacaso se llama "amor metrico"...esop...wenu shao...
mire señor del amor metrico,
a pesar de que mereces que te ignore , debo decirle que me gustó mucho su aporte del día de hoy.
ya, y eso no ma!
deu
me gusto mucho lo que lei y me llamo mas la atencion que seas de chile me parece o me equivoco? bueno en todo caso me gusto mucho lo que lei y seguire leyendo a si que nos vemos por ahi bye
buenisiiimoooo
cabro pesao!
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