Tuesday, December 18, 2007

Editorial:

Cortázar continúa a bordo.

La no aceptación de la renuncia del ministro de transportes por parte de Bachelet, deja pocas probabilidades de argumentación para los bien pensados. Es de esperar que las vacaciones justifiquen esta última movida y que no se repita un marzo tormentoso.

Hace algunos meses atrás, el actual ministro de transportes y telecomunicaciones, René Cortázar, tuvo un gesto que para muchos fue decidor y clara señal de que había seguridad en los progresos del Transantiago. Porque poner su cargo a disposición, en caso de que no se afinara el funcionamiento del sistema de transporte capitalino, era claramente una decisión que mostraba seriedad, capacidad para afrontar desafíos y confianza en que las cosas saldrían bien.

Más tarde, entrevistado en la edición de medianoche de un noticiero, reafirmó solemnemente su medida, dejando claro que a pesar de que se hubieran negado los nuevos fondos para el sistema, se hallaría una solución y que, aun así pondría el cargo a disposición de la Presidenta durante el mes de diciembre, si es que las cosas no se “normalizaban”.

Cortázar cumplió. Es verdad. Lo que no se cumplió, fue la aceptación por parte de Bachelet a dicha renuncia y por ende, la demostración de seriedad y profesionalismo que con tan buenas intenciones hizo el ministro.

¿Qué se puede pensar entonces ante esto? ¿Que la Presidenta consideró innecesaria la salida de Cortázar? ¿O que en realidad se planificó una jugada con anticipación, con el sólo objetivo de obtener un respiro mientras se siguen poniendo parches a un sistema que, por más fondos y medidas que se hayan implementado, continúa sumergiéndose cada vez más?.

Lo que ha ocurrido en los últimos días no es más que reflejo de una sola cosa. La poca seriedad y la inocencia (por no llamarlo de otra forma) que atribuyen desde el Gobierno a la población. No se trata de ser mal pensado ni “buscarle las cinco patas al gato”, sino sólo de leer un poco entre líneas.

La actual administración Bachelet, ha tenido que asumir los altos costos de los errores cometidos con anterioridad por el Gobierno de Ricardo Lagos y eso ha sido una constante durante los casi dos años de mandato de la actual Presidenta. Todo lo que pueda significar un aire dentro de la tormenta que han tenido que enfrentar es lógicamente bienvenido, y así queda demostrado con las múltiples medidas que se han tomado a lo largo de los ya casi 10 meses desde que se puso en marcha el citado plan de renovación del transporte público.

Aumento de buses, millones de dólares solicitados al congreso, cambios en los recorridos, adaptaciones en el Metro y más. Todo esto ha significado en algún momento, la espera paciente de la población o, mejor dicho, de los usuarios del Transantiago, y por consiguiente y aunque fuera por poco, algo de respiro para las autoridades en la búsqueda de alguna solución definitiva.

Es en esa misma tónica que se debe analizar la movida de Cortázar. Aunque su decisión hubiese sido tomada hace ocho meses, todo parece apuntar a que no ha habido jamás la más mínima intención de parte de La Moneda de prescindir de los servicios del ministro. Simplemente esto asoma como el resultado obvio de una nueva planificación, basada en conseguir más tiempo y menos baches en el camino para corregir los errores del sistema en cuestión, y así al menos terminar el año con buena cara.

Claramente la meta se alcanzó. Finalizar el 2007 sin más revueltas por el mismo problema y entrar al período en que más baja la cantidad de habitantes en la capital producto de las vacaciones. Ahora por fin habrá oportunidad de hacer y deshacer con las medidas que se quiera, para quizás evitar otro marzo lleno de tormentas.

Es de esperar que cuando la gente vuelva a sus trabajos, los niños a clases y los estudiantes a la universidad, no tengamos que lamentar otro proceso de disculpas, anuncios de medidas y peticiones de cuantiosas sumas con el argumento de normalizar el funcionamiento del transporte. Si ya hubo disposición para fingir esta renuncia no aceptada, al menos es de esperar la misma capacidad para entregar de una sola vez respuestas satisfactorias y definitivas.